Un sacramento

martes, marzo 07, 2006

A la tarde, pegado a la ventana, miro caer la nieve mientras me tomo unos mates calentitos. Acabo de terminar de leer el informe de la bonaerense. La cabeza me empieza a laburar. El personaje se me complejiza. Parece más piola de lo que pensaba (Quince años adentro por crimen pasional, se entregó solo. Antes había participado en robos muy pensados: En uno, cambian el auto blindado lleno de guita por una réplica que manejan por control remoto; en otro, se disfraza de cana y sale con la plata como pancho por su casa; en otro, maneja una ambulancia y en vez de llevarse a un lesionado de la Bombonera, se carga en la camilla toda la recaudación del superclásico. Los tres robos quedaron impunes. Se sabe de ellos por lo que ha contado Arañita a sus compañeros de celda. Las causas ya habían prescripto).
A la noche me encuentro con Olof: me da todo tipo de indicaciones sobre el clima en Kiruna y me presta un pasamontañas y unas botas altísimas.
Vuelvo a casa, pedaleando sobre la Sinforosa por las calles desiertas. Suena el celular. Es la cajera del Orientaliskt: habla rápido, la respiración cortada: “Un hombre compró doce kilos de yerba. Fue hace un mes, tenía una mochila enorme. Esa misma tarde salía en el tren hacia el Norte, bien al Norte. No puedo decirle más…”, la comunicación se corta abruptamente; enseguida marco el número que ha quedado guardado en la memoria: ocupado.
Ceno y preparo el bolso para mañana: meto el cuaderno de notas, una muda de ropa, el equipo de mate, comida para el viaje y la 45.
(Allá en Laponia no creo que encuentre lugar donde subir mis anotaciones a Internet. Quizá no sepan de mí por unos días. Espero encontrar a Amadeo pronto. Me parece que lo he subestimado: quién te dice anda tras la pista correcta. Igual no entiendo por qué no me avisó dónde iba).
Más tarde vuelvo a llamar a la chica: sigue dando ocupado. Mañana, antes de tomar el tren, voy a darme una vuelta por el negocio.
Recostado, alumbrado por la luz de una vela, escribo estas líneas en mi cuaderno: “Arañita, publico mi cuaderno en la Internet para que vos me leas; te estoy dando changüí, Arañita. Tengo ventajas que no me las gané en buena ley —tu foto, tu nombre, tus señas particulares—, me vinieron de arriba. Aparte, el campo de juego está de mi lado: si tratás de salir, te agarran en la frontera; si te quedás, se te complica demasiado: el lenguaje te deschava; hay pocos inmigrantes; pocas ciudades grandes. ¿Sabías eso, Arañita? Una persecución es un ritual. Un duelo de varones, con reglas de caballeros: por eso te bato mis movimientos, para ajustar la balanza. Toda persecución es un sacramento que no puede ensuciarse con ventajismos berretas”.

Decí alpiste
En el naipe del vivir