Un dios enajenado

viernes, marzo 17, 2006

Sueño que voy manejando un auto a toda velocidad sobre el lago congelado, es noche cerrada, sólo la luz de los faroles ilumina la nieve. Miro a mi costado: en el asiento del acompañante, Popi ríe con carcajadas roncas; me clava sus ojos perversos; quiero frenar pero no puedo; me abraza con su enorme cuerpo helado; me congelo, no puedo respirar, la cabeza me revienta del frío. Con un sacudón salgo de la pesadilla.
Dentro de la habitación apenas distingo las camas: Amadeo, Hauna… falta Paralopus. Miro el reloj: las cuatro de la madrugada, "¿en qué andará metido el griego? Seguro con alguna de las yanquis"; miro hacia el bosque oscuro: no hay luna, apenas se distingue un resplandor apagado y los contornos rectos de los pinos. Me vuelvo a dormir.
La mañana pasa rápido: ayudo a Lars a cortar leña y tomo notas antes del almuerzo. Durante la sobremesa, Hauna me cuenta que ha decidido dejar su Bélgica natal para instalar en Laponia una fábrica de encajes de Bruselas. “En dos años seré millonario”, concluye, con enorme sonrisa satisfecha, luego de narrarme su inverosímil estudio de mercado.
“No es mala idea”, miento, más que nada para no romperle la ilusión que le aflora en sus cachetes enrojecidos. Es la primera vez que lo veo sonreír.
Al rato aparecen Aki y Wong. Hablan en chino, con interjecciones y gritos, no se entiende nada pero es evidente que discuten por algo, airadamente, pero sonriendo. Wong se acerca al sillón bajo el ventanal donde ahora le estoy contando a Hauna el argumento de mi próxima novela: una de detectives que voy improvisando sobre la marcha. “¿Problemas con la patrona?”, le pregunto a Wong para introducirlo a la charla. Me mira desconcertado. “Anduvimos en las motos de nieve por el bosque. Bueno, bueno, muy bueno”, enfatiza y asiente con la cabeza.
A la tarde jugamos al ajedrez con Amadeo. Ensayo una complicada variante sobre la apertura Francesa que termina en desastre; en la décima movida ya he perdido la reina y un alfil. Me levanto para ir al baño: sin querer tiro el tablero y las piezas se desparraman por el piso. Empezamos una nueva partida: gano sin demasiado esfuerzo.
A la cena somos siete; faltan Wiona y Paralopus. Melinda comenta que se han ido a la excursión “Noche Boreal en el Bosque”: un sami te lleva en trineo hasta un campamento en medio de la montaña, con provisiones y leña para pasar la noche; allí te deja en una toldería acondicionada con pieles de reno; te vuelve a buscar al mediodía.
Monique lanza tosesitas maledicentes y me mira con sonrisa glacial mientras dice: “Parece que la sesión de sauna se pospondrá hasta mañana”. Amadeo se entusiasma y asegura que él puede hacerlo funcionar, que no es complicado, que el griego le ha mostrado sus dibujos. Resultado: tres horas en malla sentados como idiotas en la casucha de madera sobre el lago; hace calor, pero en vez de los sesenta grados que debe alcanzar el ambiente, no pasamos de los veinte; a las once de la noche volvemos los siete puteando en todos los idiomas.
Congelados, caminamos por el sendero de vuelta a la cabaña. Amadeo viene explicando que algo anduvo mal con la salamandra, que faltó leña, que el dibujo estaba claro, la pequeña Aki lo para en seco, lanza una frase cortante en chino, esta vez no sonríe, me da miedo que le lance una toma de karate. Intercedo. Wong tira una patada voladora que alcanzo a cortar en el aire. La yanqui empieza a los gritos. Entre Hauna y la francesa calman los ánimos.
Ya en la cabaña todo vuelve a la normalidad. Wong y Aki se disculpan, “no es nada, los ánimos se caldearon”, acepto. Pero Amadeo está emperrado y no acepta las disculpas. Se calza la campera, el gorro y los guantes y se va a trabajar en su creación horrorosa.
Aki y Wong lo siguen. A través de la ventana creo comprender que le piden perdón a su manera: han encendido dos farolitos chinos y arrodillados, las piernas desnudas sobre la nieve, recitan canciones orientales con voz queda. Amadeo los ingora. Sigue moldeando la cara de Popi como un dios enajenado.
Así están las cosas cuando me voy a dormir.

Aki
The final countdown