Con lo puesto

domingo, marzo 26, 2006

Recorro la moto con la luz de la linterna: de color negro metalizado con guardas rojas; en lugar de ruedas tiene esquíes; sobre el asiento ancho y alargado hay dos trajes azules con tiras fosforescentes en el pecho —parecen trajes de astronautas, forrados por dentro con una especie de corderito negro—; dos antiparras cuelgan del manubrio.
Nos metemos dentro de los trajes con la ropa puesta, primero las piernas, luego los brazos; el cierre relámpago que va desde la entrepierna hasta el cuello sella el mameluco. “La cuestión es llegar a la cabaña, después veremos como sigue este asunto”, le digo a Monique más que nada para intentar tranquilizarla. Me mira y entre el desconcierto me suelta una sonrisa: “Parece que fueras a subirte a una nave espacial”. Nos calzamos las antiparras y los guantes. Subo a la moto. Monique se sube detrás, se abraza a mi cintura. El motor ruge con fuerza cada vez que hago girar el acelerador. En el tablero, unos indicadores digitales marcan el nivel de combustible y la velocidad. Un cuadrado luminoso marca la temperatura y la hora: veinte grados bajo cero; las cuatro de la madrugada.
Me tanteo el pecho de manera instintiva, pero me falta el arma: “Hay que arreglárselas con lo puesto”, pienso. Hago girar el manubrio un poco más y nos deslizamos fuera del cobertizo hacia el sendero nevado.

Un ronroneo en el bosque
Sin sentido