Popi

miércoles, marzo 15, 2006

La mañana del sábado nos despedimos de la familia; y los tres hijitos se han encariñado tanto con Amadeo que lloran a moco tendido cuando se dan cuenta de que estamos por irnos. Amadeo les canta un bolero y los pibes dejan de llorar. El padre aprovecha para preparar los perros de tiro y el trineo.
Al rato nos deslizamos sobre la nieve con velocidad y gracia. Los perros avanzan como flotando, con la lengua afuera, a través de un bosque que es una postal navideña. Llegamos a la cabaña de Lars al mediodía. Los perros ladran como locos pero al segundo están felices de volver a correr por la nieve.
Desde entonces estamos aquí, en el albergue a orillas del lago congelado, elaborando el plan para el día clave. El sábado y el domingo tuvimos todo el lugar para nosotros. Me dediqué más que nada a transcribir este informe de mi cuaderno de notas hacia el blog. Desde el lunes compartimos la cabaña con los demás turistas.
Hicimos un par de excursiones para no despertar sospechas. Los días pasan tranquilos. Pescamos en agujeros en la nieve o esquiamos a campo traviesa o por el bosque. Ya en la cama, leo o tomo anotaciones. A veces jugamos a alguna cosa con los otros en el living: a las cartas, juegos de mesa después de la cena; se arman charlas piolas, son gente amable… salvo las dos yanquis: insoportables; hablan con voz de pito y creen que tenemos que atenderlas como si fueran reinas: no lavan los platos, ni limpian nada, ni levantan la mesa.
Me olvidaba de la nota de color de Amadeo: está construyendo un muñeco de nieve gigante. Una cosa deforme de cuatro metros de alto. Lo llama Popi.

The final countdown
Sea pastor de renos por un día