No te puedo fallar

lunes, marzo 20, 2006

Estoy cansado, los ojos cansados, no me quiero levantar. Hauna acaba de cerrar la puerta. Me han despertado sus pasos por la pieza donde ahora he quedado solo, boca arriba entre las sábanas. Ya clarea el sol en la ventana. Los ojos me pesan.
La cama vacía de Amadeo me llena de dolor y nostalgia. ¿Dónde se habrá metido? ¿Sabrá lo que ha pasado con Aki? ¿Qué ha visto Amadeo aquella noche?
Todos hablan sobre la agarrada que tuvo con Wong y Aki, de la disculpa que no aceptaba. ¿La habrás aceptado, Amadeo? ¿Qué hacían ahí tu termo y tu mate? Me gustaría que me contaras, que estuvieras ahora sentado al borde de tu cama, los pies chuecos, la mirada bonachona clavada en un rincón. Nunca has matado una mosca. Es un milagro que hayas llegado vivo hasta este punto: sin un poco de maldad no se puede sobrevivir; es lo que aprendemos desde chicos, es lo normal. Pero vos, Amadeo: gigantesco contraejemplo que nos tira a la mierda la teoría; y ahí debes estar, seguro, casi te veo, persiguiendo algún bicho bolita por el piso como si en eso te fuera la vida. Dónde te habrás metido.
Hoy no me quiero levantar pero hay tanto que hacer: mirar, atisbar en los rincones gestos y palabras, caminar distraído con la oreja atenta. Tengo que levantarme aunque no quiera, hermano: un, dos, tres. Arriba.

Cosas que suenan bien
Calma tras la tormenta