Calma tras la tormenta

domingo, marzo 19, 2006

Toda la tarde es una seguidilla de reconciliaciones y pedidos de disculpa. Un médico atiende a Melinda en la habitación de las chicas; Paralopus y Wiona descansan en el cuarto que supo albergar a la feliz pareja malograda.
Nos cruzamos con el belga en el balcón que da al bosque. Me tiende la mano. Estoy por rechazar el gesto, pero su ojo en compota me enternece. En silencio, apoyados los codos sobre la baranda de madera, miramos hacia el lago congelado. Los peritos van y vienen como hormigas alrededor de la casucha del sauna: cargan bolsas con muestras y objetos, rebuscan entre la nieve. Miro hacia el piso y me cruzo con la desgarbada figura de Popi. Sus inútiles ojos huecos han visto todo aquella noche, y ese oscuro privilegio vuelve a estimular mi repulsión hacia la absurda creación de Amadeo.
Bajo la escalera hacia el living: Olof toma café mientras estudia unas fotos del cadáver de Aki. Me acerco: “¿Alguna novedad?” pregunto, por lo bajo. Contesta sin mirarme: “Tuvo relaciones minutos antes de su muerte, hay signos de penetración. No fue forzada. No hay marcas en el cuerpo. Tampoco rastros de sémen”, hace una pausa, se frota el pelo corto con la palma de la mano; “murió ahogada, estaba adormecida con cloroformo; igual que su marido: el hombre sigue en el hospital, bajo el efecto de sedantes. Todavía no se le puede preguntar nada…” Interrumpe su charla abruptamente: alguien baja por la escalera.
Es Monique. Se acerca a la mesa y se detiene a mi costado. Olof cierra la carpeta de golpe pero ha quedado una foto fuera. Monique la toma con dulzura, como si el cuerpo delicado de Aki descansara entre sus manos: “Qué bella figura”, susurra, hipnotizada. Olof le arranca la foto de un tirón.
Cenamos a destiempo: primero Paralopus y las yanquis; después Hauna, solo, mascullando maldiciones entre bocado y bocado. Yo ceno último, con Monique sin intercambiar palabras. Luego todos flotamos por la casa sin un ruido, como espectros; hasta que el sueño nos va venciendo, nos arrastra.

No te puedo fallar
Los puntos sobre las íes