Cosas que suenan bien

lunes, marzo 20, 2006

Desayunamos con Hauna: “¿Y Amadeo?”, consulta el belga como al pasar mientras enmanteca un pan negro; el tono despreocupado resalta su sospecha. “Se ha ido a encontrar con alguien, no me dijo adónde”, informo, con el mismo tono fingido. Hay un silencio largo y luego el repiqueteo del chorro de café en mi taza. “Si no fue él, ¿quién entonces?”, aventura Hauna, el rostro rojo y duro. Lo miro para entenderlo. Parece que considera posible la inocencia de Amadeo. “No tengo ni la más puta idea”, concluyo, revuelvo mi café, “soy escritor, no detective”. Bebo un sorbo y el belga parece inflarse con la respiración profunda; sostiene el aire, los cachetes gordos como globos de cumpleaños. Exhala de golpe y con el aire le salen las palabras: ”Los escritores, los escritores…”, comenta con tono cantarín, “si pueden imaginar un asesinato, también pueden resolverlo”, deduce; me mira con sonrisa pícara y agrega: “Hablan de cosas que no existen como si fueran ciertas. Sus historias. Nada más inútil que un escritor. Con todo respeto se lo digo”.
Monique ha escuchado todo desde el living. Viene hacia la cocina cargando su bandeja. Se sienta a la mesa sin saludar y aporta: “Se equivoca”. “Aquí me ve: yo jamás he leído un libro”, se enorgullece el belga, “claro está, más allá de lo que nos obligaban en la escuela. Con la realidad me es suficiente. Para qué perder el tiempo en divagaciones de la imaginación”, el belga desafía a Monique que bebe un sorbo de café y contesta: “Si nos esforzamos lo suficiente podemos imaginar un mundo sin hambre, sin pobres, sin guerras, donde no haya dominados ni dominadores. Con la imaginación podemos pensar ese mundo y luego pelear para hacerlo posible. Ahí tiene una razón que seguro a usted lo tiene sin cuidado”.
Esta mujer no me deja de sorprender; se ha recogido el pelo largo con un moño; está emocionada por lo que ha dicho. Hauna se rasca la barba incipiente: “Bah, patrañas. Cosas que suenan bien”, dictamina, “lo que cuenta es que Aki ha muerto y estamos todos aquí, esperando como tontos, y su amigo Amadeo no aparece, y todos dudamos de él”.
“Yo no dudo de él” afirma Monique, refugiada tras el tazón de café: “Fueron Paralopus y Wiona: no me voy a cansar de repetirlo”.
“¿Por qué está tan segura?” pregunto y aguardo su respuesta con intriga.
“Aki y Wong fueron cloroformados. No sé mucho de estas cosas, pero es evidente que para hacer algo así se necesitan dos personas. Toda esa historia del campamento en la montaña, me suena a coartada para actuar sin sospechas”.
“¿Y qué ganan ellos con el asesinato?” replica Hauna.
“No lo sé” confiesa Monique y toma un pan de su bandeja.
“El móvil es lo más difícil de deducir en esta historia”, aporto, “mi larga experiencia me indica que sólo existen tres móviles para cualquier asesinato: dinero, amor o locura”.
Monique recoge mi pensamiento y avanza: “Veamos… Dinero: el único que podría beneficiarse de ello es su marido; lo mismo si se trata de un crimen pasional: los demás teníamos sólo un trato cordial con Aki, nada íntimo; la locura es la única que ensancha la lista”, me mira; retomo el hilo: “Si la locura entra a tallar en esta historia, ahí todos somos sospechosos. Un loco capaz de llevar adelante, de manera impecable, un asesinato tan arriesgado, seguro es capaz de disimular su locura”, concluyo. Y mi frase ha caído como una bomba sobre la mesa; cada uno piensa para adentro. Ya no hablamos.

Un resplandor opaco
No te puedo fallar