En mitad de la noche

sábado, marzo 25, 2006

La indignación y la bronca me han devuelto el alma al cuerpo. Paso la tarde custodiado por el policía que no me quita el ojo de encima. La enfermera me sirve la cena a las seis: un plato con pescado al horno y papas. El policía se come un tremendo estofado mientras yo como con desgano y pienso en Monique. Necesito hablar con ella, con Amadeo, que me cuente lo que ha visto aquella noche antes de irse. Necesito escapar.
Termino el plato y bebo agua de la botella de plástico. El picado de viruela sale a caminar por el pasillo.
Me levanto de un salto. Trato de abrir la ventana, pero está trabada. Se abre la puerta y entra el doctor. Me mira un segundo y me señala la cama. Atrás aparece el policía. El doctor me toma el pulso, anota cosas en un papel y se va sin decir palabra. El policía se sienta en su silla, los pies sobre la cama. Prendo la tele.
En el noticiero aparece una foto de Amadeo, un locutor habla con tono solemne. “Qué dice”, le pregunto al policía. El gandul levanta los ojos con desgano, me mira fijo, sosteniendo la mirada en silencio; vuelvo a preguntarle, no contesta. “Andate a la reconcha de tu madre”, le digo en perfecto castellano y estoy seguro de que entendió el mensaje porque se levanta, cierra la puerta, y luego de forcejear asegura mi muñeca a la cama con una esposa. Apaga la luz y la tele y se tira a dormir en un catre en una esquina. La noche se me hace interminable. No tengo sueño. El tipo ronca como una motosierra.
En medio de la noche, la puerta se entorna lentamente. La luz del pasillo se mete en la pieza, apenas un segundo y la puerta vuelve a cerrarse.
Una figura avanza sigilosa y se detiene: reconozco el pelo de Monique, el perfil de su cara; conteniendo las ganas de pegar un grito le señalo al policía que sigue roncando. Toma las llaves de la mesa y libera las esposas; salimos hacia la oscuridad del pasillo; luego, a la escalera de emergencia, a la calle, a un auto rojo que nos espera en la esquina. Lars está al volante: “Vamos por el bosque, es la única forma de que no nos encuentren”, comenta; el auto gira hacia un sendero nevado que se pierde en la oscuridad, y es como si nos hubieran tragado los árboles y las sombras de una noche nublada.

Sin sentido
Algo tengo que inventar