Solidaridad patuna

viernes, marzo 03, 2006

A la mañana hice poco. Salí a dar una vuelta: un cafecito en el centro, caminando piola, despacio. Ya casi no me duele: estoy a un ochenta por ciento.
Me reuní con el Olof al mediodía, charlamos sobre bueyes perdidos y un rato sobre las novedades del caso. Me pasó la dirección de un negocio dónde venden yerba. El último paquete ya se me está acabando y el que tenía de reserva se lo llevó Amadeo. El salame sigue sin dar señales de vida.
Estoy metido en una nueva versión del viejo juego del gato y el ratón: semejante tarea —que puede ser un verdadero suplicio para un inspector mediocre— es para mí un juego delicado donde hay que desmontar pieza por pieza, con la serenidad y la precisión de un relojero. No hay que andar por ahí a lo bonzo, preguntando estupideces. Hay que estudiar la mente del que escapa, meterse adentro de su cabeza, caminar con sus zapatos. Él solito te va a ir llevando. Aunque crea que se está escapando, su subconsciente quiere que lo agarres.
A la tarde volví para casa caminando por el costado del río. Es una belleza, una postal, con puentecitos cada tanto y unos árboles gigantes con lucecitas blancas.
Hay partes en que el río es puro hielo. ¡Qué cosa triste los patos en el río congelado! Los ves caminando arriba del hielo, como perdidos. Un poco me siento como ellos: fuera de mi hábitat.
Me dieron lástima y les compré unas galletitas. Pobres cristos, estarían cagados de hambre; se mandaron todo en dos segundos.

Diecisiete patadas en el orto
Cosas de maricas y comunistas