Todo congelado

martes, febrero 28, 2006

Acá en Uppsala hay bicicletas hasta en la sopa. Te asomás a la ventana y ves doscientasmil bicicletas estacionadas en la vereda; lo que son las coincidencias del destino: mi primer gran caso tuvo que ver con un ciclista.
Hoy me despertaron unos golpazos en la puerta. Era mi par sueco: Olof Eriksson. Entró y se sacó los borceguíes (acá todos andan en pata adentro de las casas): todavía no me acostumbro a este asunto, en mi barrio son los mocositos los que andan en pata, no gente grande; imaginensé un padre de familia arrastrando las medias como un crío.
"Vamos a lago", me dijo Olof con gran sonrisa. "Al lago", lo corregí mientras me calzaba la campera y los guantes. Olof movía la cabeza para arriba y para abajo.
La comunicación con esta gente es muy difícil. En el fondo es mejor, uno se ahorra de hablar de boludeces: de la nieve, del mal tiempo… Pero a veces te llevás cada sorpresa. Como hoy cuando llegamos al bendito lago.
Lo mínimo que esperaba era ver un poco de agua. Bueno, resulta que no. En vez de agua hay hielo. Yo me venía oliendo algo raro cuando vi los dos pares de patines en el asiento de atrás.
Al principio empecé a las puteadas: que ni loco, que a ver si el hielo se rompe y nos cagamos congelando. El Olof, ni bola: se calzó sus patines e hizo un gesto con los hombros como diciendo: "Menefräga", eso sí, con esa sonrisa amable que tiene pegada todo el día.
Al rato me cansé de estar al pedo y me calcé los patines. El Olof me miró con sonrisa sobradora. No le di el gusto de que me explique: "Dejá, yo sé, yo sé", le dije y me lo saqué de encima. Y no sé de dónde, pero era como si hubiera patinado toda la vida. Al rato estaba en el medio del lago, yendo y viniendo que daba gusto. Hasta que me pegué el primer gran porrazo.
Fue como si la intuición se me hubiera borrado de golpe.
Trataba de volver a andar pero pataleaba como un salame y de nuevo de cara al piso. Encima me empezó a agarrar un miedo terrible de que el lago se iba a partir y que me iba a ir a pique. Me veía como el salame de Di Caprio en Titanic, nomás me faltaba la gorda con voz de pito flotando arriba de una madera y gritando "Jack, Jack…".
Todo terminó en un papelón rotundo. Dos pibitos me llevaron hasta la orilla. El tarado de Olof ni siquiera hizo un comentario: sólo su amable sonrisita de viking-malevo-del-novecientos todo el camino de vuelta. Me bajé y cerré la puerta del auto de un golpazo.
Amadeo sigue sin dar señales de vida. Mañana tengo un par de entrevistas con testigos e informantes. Si Amadeo no aparece voy a tener que suspender el operativo.
Me duele todo. Hace tres horas que estoy en el sofá, tratando de levantarme para ir al baño. Lo único que falta es que me haga pis encima.
Algo positivo: terminé de escribir el caso de "El ciclista serial".

Pojken hoppar
Un asadito en Uppsala