Charla de café

lunes, marzo 27, 2006

Un cafecito caliente nos entibia, sentados en círculo, alrededor de una mesita ratona. Emma y los niños se han ido a la cocina. El fuego arde en el hogar.
Miro el termómetro: veintidós grados bajo cero; a través de la ventana adivino la nieve, el lago congelado, la sombra y el contorno de los pinos blancos. Miro al griego. Su perfil recto, el pelo crespo y largo; tiene puesta una camisa amarilla con un estampado de palmeras y bananas rojas, un par de botones desabrochados. Abraza a Wiona por sobre el hombro. Habla en inglés con Melinda.
—Disculpa —llamo la atención de Paralopus: —¿Por qué fingías no hablar inglés? Eso me tiene desconcertado.
El griego sonríe y besa a Wiona, se inclina hacia mí, apoya las manos sobre las pantorrillas: —Es largo de explicar —se endereza sobre el sillón, la frente alta: —Me resisto a hablar en inglés por principios. En Mikonos trabajaba con turistas. No tenía alternativa… también por amor puedo hacer una excepción —vuelve a besar a Wiona—. Es una forma de resistencia.
Melinda frunce el seño y habla con voz de pito: —No entiendo bien lo que dices, pero suena a terrorista. Wiona, tu chico me da miedo.
Wiona sale al cruce: —Sí. Mi Paralopus —le rodea la nuca con los brazos, lo mira a los ojos— me ha secuestrado el corazón —besa al griego largamente.
—Espero que no lo haga volar en mil pedazos —bromea Melinda.
—No estoy de acuerdo —opina Monique—. Su postura cierra toda posibilidad de diálogo.
—Charlemos de otra cosa —se enoja Melinda.
Quedamos en silencio. Paralopus se inclina hacia mí: —Pasemos a otro tema, entonces. Tengo una pregunta para hacerle —me mira a los ojos: —¿Qué diablos hacía esa cámara dentro del muñeco de nieve?
—Pregúntele a Amadeo —contesto—. Él le va a explicar mejor.
Amadeo está charlando con Lars pero cuando escucha su nombre se calla y nos mira. El griego repite la pregunta. Antes de empezar a hablar me interroga con la mirada, le hago un gesto afirmativo.
—Estamos persiguiendo a un ladrón. Por eso estamos acá con mi jefe.
—Eso ya me lo han contado. Pero: ¿Y la cámara? —retruca Paralopus.
Amadeo toma un sorbo de café: —Tenía miedo de que se apareciera en las noches. Mi jefe está publicando todo lo que hacemos por Internet. Yo no estoy de acuerdo con eso. Ya se lo dije. Me daba miedo que el Arañita leyera su cuaderno de notas. Con esa cámara espiaba de noche. Le había puesto un cable que iba por debajo de la nieve y había una pantallita escondida en el cobertizo. Me lo callé todo porque si llegaba a contárselo a Aristóbulo me iba a tratar de loco. Como siempre. ¿O no?
—Siempre es igual —contesto mirando a Paralopus y señalo a Amadeo—. Actúa por su cuenta y se manda tremendas macanas —hago un silencio—. Esta vez le salió bien de carambola —concedo.
Amadeo se regodea en su sillón, inflado del orgullo como un escuerzo. Daniel y Åsa vienen corriendo y se le tiran encima, lo tironean del brazo. Emma nos llama a comer.

Mariposa blanca
Parece que sonríe