Un ronroneo en el bosque

domingo, marzo 26, 2006

El artefacto avanza con suavidad sobre la nieve, como si flotara. La luz potente del foco me va mostrando el camino en la oscuridad del bosque. Siento el cuerpo de Monique apretado con fuerza a mi espalda.
El sendero serpentea entre los árboles, es angosto pero fácil de seguir: las marcas de otras motos me van guiando; el viento helado sólo me enfría los cachetes —los siento duros como piedra—, el resto del cuerpo es un calor agradable gracias al traje, el gorro, las antiparras y los guantes.
Acelero en las rectas y luego de agarrar dos o tres lomas le tomo el gustito a los saltos en el aire. Cuando hay cuestas empinadas acelero al máximo; el motor es potente y la moto sube despacio pero firme; en las bajadas, suelto el acelerador y me prendo al freno.
Los troncos de los pinos, hundidos en metros de nieve, pasan a los costados como sombras fugaces; sólo se ven las copas que aparecen un segundo y luego se van. La primera encrucijada me toma de sorpresa: el giro es brusco, la moto se ladea y por poco nos pegamos contra un pino; inclinamos el torso hacia la derecha, todo el cuerpo fuera de la moto y recobramos el equilibrio; acelero; avanzamos por una recta sin lomas, “¿cómo estás?”, le pregunto a Monique, girando la cabeza un segundo. “Todo bien”, la voz me llega apenas sobre el estruendo del motor que ya se ha convertido en parte del paisaje. La recta se prolonga y de pronto el sendero vuelve a bifurcarse. Esta vez giro sin problemas y entramos en una parte sinuosa que me obliga a aminorar la marcha para tomar cada curva; cada vez que vuelvo a acelerar ya hay una curva nueva: el rugido del motor sube y baja en un ronroneo quejoso.

El Golem de nieve
Con lo puesto