Un artista

miércoles, marzo 22, 2006

Me he levantado de madrugada: necesito estar sólo; ordenar mi cabeza. Lars entra a la cabaña y se sorprende al verme mateando a esa hora. Deja las bandejas con la comida y cruzamos unas palabras cordiales en voz baja. Vuelvo a quedar solo, alumbrado por dos velas; me gusta trabajar así, la luz viva me acompaña.
Miro mi celular apagado: he desconectado el artefacto desde el principio para evitar posibles llamados de Amadeo seguro de que el teléfono estará intervenido.
A la luz de las velas, me cebo un mate cada tanto mientras estudio los papeles que me ha pasado Olof. Lo primero es la declaración de Hauna: me parece sincero, el típico turista que no quiere líos. Lo que me llama la atención es que no haya hecho referencia a su proyecto de los Encajes de Bruselas en Laponia.
Caliento agua y cambio la yerba. Son las cinco de la madrugada. Afuera sigue oscuro. Vuelvo a la mesa con el matecito humeante. Leo la declaración de Wiona y Paralopus: la patraña sobre el idioma no hace más que alimentar mis sospechas.
Los indicios se entrechocan en mi cabeza y algo empieza a crecerme por adentro; un algo todavía difuso se me presenta como una sombra, se perfila, quiere tomar cuerpo; lo persigo: por momentos son mis pensamientos los que marcan el rumbo, por momentos mi inconciente irrumpe con una idea alocada. Y cuando por fin abro los ojos, es como si hubiera vuelto al mundo de muy lejos, empapado de algo que es mío y a la vez no me pertenece. Ya no estoy sólo: he parido una hipótesis y ahora todo me parece tan claro, tan obvio... Sólo resta buscar las pruebas que confirmen la existencia de mi criatura, de la misma forma que el llanto da cuenta de la existencia de un recién nacido, de la misma forma que un libro impreso es prueba de la historia que contiene… Las llamas de las velas tiemblan sobre la mesa, la luz del día asoma en la ventana.

Agua negra
Latigazos de plasma