Diecisiete patadas en el orto

sábado, marzo 04, 2006

Hará mes y medio, estaba yo almorzando en mi oficina de Interpol Latin America, en Barcelona —donde he trabajado los últimos años—, cuando la secretaria me pasa un llamado. Cuando escuché el acento porteño empecé a temblar de la emoción: había estado esperando ese llamado como un chico en navidad. El Robo del Siglo, comentado en diarios y televisión del mundo entero: por un caso así he esperado toda mi vida.
Resumiendo: Durante el mediodía del trece de enero, seis ladrones entran armados a la sucursal de un banco en la provincia de Buenos Aires. Toman varios rehenes y cuando la policía ya ha rodeado el lugar, uno de ellos monta una parodia de negociación. Mientras tanto, los demás vacían ciento cuarenta y cinco cajas fuertes. A esta altura, afuera, los cientos de policías esperan que los delincuentes se entreguen. Están rodeados. No hay forma de que se escapen. Pero los minutos pasan y el negociador no vuelve a aparecer. A esa altura los seis se han escapado con el dinero y las joyas: un botín que se calcula en varios millones de dólares. Han hecho un boquete en la pared del subsuelo. El agujero desemboca en un túnel preparado por ellos mismos tres meses antes. Por el túnel llegan hasta un canal pluvial subterráneo que fluye a través de un caño enorme, de cinco metros de diámetro, bajo los pies de la policía. Escapan con el botín, navegando en botes inflables. Salen a la superficie a través de una alcantarilla, frente a una casa comprada para la ocasión. Un trabajo impecable. Hasta tuvieron la sutileza de construir un dique de contención para elevar el nivel del agua y facilitar la flotación de los botes.
La policía local estaba completamente perdida (y caliente): los ladrones se habían cortado solos, no había habido arreglo, no había datos. Encima, para el común de la gente, estos tipos eran como héroes. La Fuerza estaba quedando mal parada.
Lo que se había descubierto era gracias a la esposa de uno de los delincuentes. El tipo, cuando tuvo su parte del botín, se piantó con la amante. La esposa despechada los denunció y aportó datos. Ya hay cuatro engayolados: el Don Juan, su amante, un “ingeniero” y el cerebro de la banda. Se calcula que son doce en total. Varios se han fugado del país. Al que yo busco lo apodan “Arañita”: quince años adentro, siempre metido en robos millonarios, muy pensados; para entendidos.

Hoy por la mañana, mientras revisaba mis notas sobre el caso, recibo un llamado de Olof. Me cuenta que se ha comunicado con la seccional "Kiruna": ni rastros de Amadeo. He decidido ir a buscarlo. Esto se está pasando de castaño oscuro.
Almuerzo y salgo para la estación de trenes. Saco pasaje para el miércoles. En inglés (acá todos saben hablar en gringo), le pregunto al boletero cuántas horas dura el viaje; "No puede ser, escuché mal", pienso; vuelvo a preguntar; la misma respuesta: ¡Diecisiete patadas en el orto le voy a dar cuando lo encuentre!

Café Guevara
Solidaridad patuna