Sea pastor de renos por un día

miércoles, marzo 15, 2006

Aún no me he despabilado del todo cuando llegamos a Kiruna. El borracho sigue durmiendo; los estudiantes no están, tampoco sus mochilas; la mujer rellena una revista de palabras cruzadas. Me calzo la campera impermeable, el pasamontañas y los guantes. Agarro la mochila y avanzo hacia la salida. Allí espero hasta que el tren se detiene. Bajo hacia el andén, el frío pegándome en la cara.
Es una mañana luminosa, la nieve en el piso refleja la luz y me hace pestañear; no hay viento, son las doce del mediodía. El tren se aleja.
Sobre el andén, le doy la espalda a la estación y miro el paisaje. Las montañas blancas dominan el panorama (Olof me ha contado que albergan una mina de hierro gigante, con galerías que recorren la ciudad por debajo y amenazan con derrumbarla); más allá, las diez aspas blancas de los generadores eólicos cortan el horizonte en hilera y giran con el viento como ventiladores monumentales. Varias estatuas de hielo, de unos cinco metros de altura, dominan el paisaje sobre una planicie nevada: un oso polar; una mujer con su hijo; un espiral; una composición de cuadrados encastrados… Siento que estoy frente a un paisaje inventado, una visión fantástica de novela del futuro.
Luego de subir una lomada llego a la ruta donde comienza el centro de la ciudad. Mientras avanzo por las callecitas, frente a los negocios, veo estatuas de hielo. Me saco los guantes y acaricio la superficie de una con forma de pingüino: es suave al tacto, no tan frío como esperaba, húmedo y resbaladizo como la panza de un pescado.
En la seccional, me presento ante el agente de turno. Olof ya ha hablado con él por teléfono y es por eso que ya está todo listo: copias de las planillas de los hoteles, de las excursiones, de los alquileres de autos. El comisario me asigna un escritorio y allí desenfundo el mate y el termo. Mientras van bajando los amargos, estudio la caligrafía de los papeles. Ya es de noche cuando doy con la inconfundible letra de Amadeo que ha firmado como “Pocho La Pantera”, con un garabato infame y un número de documento inventado. Es la planilla de una empresa de turismo. Ha contratado la excursión “Sea pastor de renos por un día”, hace una semana; según los registros no ha vuelto de la montaña.
Le explico la situación al comisario y el hombre llama de inmediato a la empresa de turismo. Lo escucho hablar en sueco y parece que son amigos porque hace chistes y se ríe. Cuelga y me explica en inglés: “Su amigo se hizo llamar Pocho, decía ser un cantante de boleros retirado, hizo buenas migas con el dueño de la granja que lo invitó a quedarse allí con su familia. No sabe más de él”.
Paso la noche del jueves en un hotel de la ciudad, modesto y cómodo. Duermo como un rey en la cama doble. Desayuno bien abundante: yogur con cereales, café con leche, jugo de naranja y unos sánguches de queso de cabra. El comisario viene a buscarme a las once.
Prefiero no contar más detalles sobre lo que he hablado con este hombre. Algunos indicios que ya venía barajando y cierta charla que tuve luego con Amadeo me han puesto sobre la pista de Arañita. Es una pista firme, más que una corazonada es una verdad que me palpita en el puño cerrado como una polilla enfurecida.
En la granja de los samis me recibieron como uno más de la familia. Pasamos la noche del viernes, hasta bien entrada la madrugada, charlando con Amadeo sobre nuestros respectivos avances en la investigación. Le cuento sobre mi deducción y se sorprende, él mismo estaba pensando en algo parecido. Juntos llegamos a la deducción final.

Popi
Viaje en tren