Mandarina jugosita

martes, marzo 21, 2006

La mañana gris discurre sobre el comedor. Echado en el sillón, la cabeza recostada sobre el apoyabrazos, medito y observo. Frente al hogar a leña, boca abajo sobre la alfombra, Monique lee un libro en francés: “Historia de la locura”, de Foucault; las llamas le pintan el rostro calmo con repiqueteos brillantes y sombras movedizas.
Paralopus ejecuta su rutina gimnástica en una esquina: ya ha hecho tres series de extensiones de brazos y ahora, boca arriba, las piernas flexionadas, va por la segunda de abdominales.
Wiona, sentada sobre las rodillas del griego, le sirve de contrapeso y cuenta con voz de pito: “eleven, twelve, thirteen...”. “Qué pasa, ¿el semental no sabe contar?”, suelta el dardo Monique.
Paralopus no ha entendido lo que ha dicho la francesa, pero ha visto el rostro descompuesto de Wiona y quiere saber más. La porrista lo contiene con un largo beso húmedo: “Es la envidia”, retruca, “algunas no saben retener a sus maridos”, lanza el misil y vuelve a su recitado: “fifteen, sixteen...”.
El rostro de Monique se ha transformado: es del mismo color de las brasas rojas, el libro le tiembla en las manos: “Yo me acosté con él antes que tí” suelta la bomba Monique y vuelve a su lectura, “nada del otro mundo”, remata; Wiona se ha levantado de un salto: “¡¿Es cierto eso?! ¡¿Es cierto?!” le grita al griego y como el hombre no entiende, Wiona señala a Monique, a él, y luego una muy elocuente graficación del coito. Paralopus habla en griego. Quiere justificarse pero no sabe cómo: a cualquier cristiano se le complicaría salir de ese berenjenal, aún usando toda la artillería verbal a su alcance; el pobre de Paralopus tiene que arreglárselas con nada: gestos e interjecciones.
Mientras se desarrolla esta escena me viene el recuerdo de la noche anterior al asesinato. La cama vacía del griego, mi suposición de que estaba con una de las yanquis —jamás hubiera pensado que estaba con Monique... “Quedate tranquila, chiquita. Era una broma”, susurra Monique, y Paralopus no sabe por qué, pero ahora Wiona lo abraza y lo llena de besos.
Miro hacia el techo, las manos sobre la nuca y pienso: “Monique, sos un misterio, un caso aparte. Mandarina jugosita: qué ganas de quitarte con cuidado esa cáscara amarga e irte desgajando de a uno los secretos”.

Camelo griego
Un resplandor opaco